El mismo trayecto en coche particular supone ocho minutos más de tiempo
Autobuses escolares, trabajadores que finalizan la jornada laboral, ciudadanos dispuestos a abandonar la urbe durante el fin de semana. Es el centro de la ciudad, un viernes en hora punta.Mi punto de partida, la fuente de Cuatro Caminos. El destino, el cementerio de San Amaro. El recorrido atraviesa gran parte de la ciudad. A la altura de la iglesia de los Capuchinos me emparejo con el autobús número 24. A lo lejos la plaza de Galicia, en principio sin tráfico. Ni un solo vehículo con intención de aparcar interrumpe mi recorrido, solo las luces rojas de los semáforos hacen que sea necesario pisar el freno. A la altura de la calle Fontán, el vehículo público de color rojo ha cogido ventaja. Ya está en Rosalía de Castro.
Nos volvemos a encontrar, como si se tratara de la salida de un circuito de formula uno. En Francisco Mariño, a la altura de la plaza de Pontevedra, el autobús realiza la maniobra más conflictiva. El 24 se dispone a atravesar todos los carriles de mi vial para girar noventa grados y situarse en el semáforo que da acceso a Juan Flórez.
Es la una y 53 minutos. Han pasado ocho minutos. Uno más de lo que prevé, el como llegar del punto A al B, de Internet, para todo el recorrido. Es un buscador inteligente, ya que su resultado descrito como la ruta más rápida nos llevaría por la avenida de primo de Rivera y Alférez Provisional.
De nuevo el semáforo nos detiene. En la plaza de Pontevedra me encuentro en el carril del medio. A mi izquierda, otro vehículo. A mi derecha, el autobús número 5. Cuando me decido a enfilar San Andrés, a la altura de Hacienda, se plantea el segundo de los problemas. Si continúo de frente, por el carril en el que estoy situada me introduzco en el carril bus. Solo me queda una opción. Esperar a que alguno de los vehículos de mi izquierda decida cederme el paso para compartir el único vial para coches particulares que transcurre por San Andrés. El autobús no tiene ese dilema, solo debe continuar con su recorrido.
En la misma situación que yo, está la fila de coches que está a mi espalda. Poco a poco van pasando, por lo que llego a ver desde el retrovisor. Los conductores son tan generosos entre sí, como lo son con el transporte público durante el tramo de carril bus. La única diferencia es que aquí lo hacen por generosidad, y en el otro caso siguiendo las normas de tráfico.
Han pasado once minutos y me encuentro en San Andrés. Delante de la iglesia castrense, cedo el paso a una comitiva de motos que circulan por el vial preferente. Ahora sí, en fila india circulamos hacia Panaderas.
Un vehículo aparcado en la parada del autobús detiene nuestra ruta, ya que obliga al autobús número 5 que llevamos delante a realizar una frenada inesperada. De nuevo, hay que pisar el freno. Esta vez el estrechamiento de la calle Panaderas a la altura de la Casa del Cura hace que sea imposible que dos autobuses, el 5 en sentido subida y el 11 en sentido bajada, circulen al mismo tiempo. El 5 cede el paso al 11. Segundos después de que el autocar número 5 retomara la marcha, la vuelve a interrumpir. Esta vez peatones cruzando en un paso de cebra a la altura del nuevo centro comercial de Papagayo. Apenas cincuenta metros más arriba, un segundo paso de cebra. Se repite la acción.
Me dirijo a la calle San Juan, pero un hombre de avanzada edad se adentra en la calzada. Quiere cruzar por el paso de cebra que está dividido, a la altura de la plaza de España, por el cebreado que en estos momentos ocupa un camión de bombonas de butano.
Ni coches mal aparcados, ni con intención de hacerlo, al menos en esta comprobación. Solo las luces rojas de los semáforos se presentan como un inconveniente en esta ruta.
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