Son las doce y cinco. Me subo al autobús número 4 al final de Juan Flórez.
Nada más comenzar el recorrido, el vehículo de uso público cede el paso a un Peugeot 206 que intenta girar a la derecha, a la altura de Ramón de la Sagra, a pesar de que el autocar circula por una vía preferente. Probablemente para evitar un accidente, ya que desde la puesta en funcionamiento del vial se han registrado varios de este tipo.
El bus enfila Federico Tapia. Ni un solo obstáculo. En apenas unos segundos realiza la siguiente parada en la plaza de Vigo. Suben más viajeros. De nuevo en marcha y cogiendo velocidad. Solo el semáforo que regula el cruce con la calle Fontán nos obliga parar.
Son las doce y siete. De nuevo nada interrumpe la circulación hasta que un peatón cruzando la calzada a la altura de la calle Betanzos hace que el conductor tenga que reducir la marcha.
«Hoy dice el periódico que va a reducir la frecuencia del cuatro», le comenta una pasajera a otra, durante la parada de la plaza de Galicia. «No me extraña, mira como va de lleno», le responde su amiga.
En Francisco Mariño a la altura del principio de Juan Flórez, dos vehículos estacionados en las plazas de minusválidos señaladas con pintura amarilla detienen nuestra marcha. Sin embargo, el bus se cuela en el carril de la izquierda aprovechando que no viene ningún vehículo.
Llegamos a la mitad del recorrido. En la plaza de Pontevedra se bajan la mayoría de los pasajeros. Solo han pasado cuatro minutos desde el inicio del viaje. Enfilamos San Andrés. Tres taxis es lo único que el conductor aprecia a través de la luna delantera. La comitiva de taxis abandona el carril preferente en Santa Catalina, girando a la derecha. El bus número 4 para en la farmacia que hace esquina. No se suben ni bajan pasajeros.
Las luces de los semáforos están a favor y hasta San Andrés nuestra trayectoria es propia de un circuito cerrado. Varias manos aprietan a la vez el botón. Se enciende la luz roja. Parada solicitadísima. Es la línea que recorre gran parte del centro de la ciudad, por lo que el flujo de viajeros es denso.
Al llegar a Cordonería, el conductor de la empresa de tranvías se ve obligado a reducir al máximo la velocidad para introducirse en la calle que comunica con Panaderas. No corre demasiado. Un coche mal aparcado en Panaderas entorpece nuestro paso. Aunque no es el lugar exacto, se aprovecha para realizar la parada.
Una pareja de la Policía Local regula el tráfico a la vez que vigila desde la mitad de la carretera la salida del colegio de la Grande de Obra de Atocha. Una de las puertas de acceso al colegio comunica directamente con el carril bus, por lo que se han colocado unas barandillas de aluminio en el límite de ambos.
Se termina la zona del carril bus, nuestro autocar se mezcla con el resto de la circulación en la calle San Juan. El reloj aún no marca las doce y cuarto, y me encuentro en la puerta del cementerio de San Amaro.
Por cierto, no hay asientos libres. Se trata de la principal línea de la ciudad. Muchos ciudadanos apoyan el transporte público. Y además, ahora son conscientes de que ganan tiempo.
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