29 de noviembre de 2011

La línea 6, en riesgo de transformarse en "Yonki-bus" por la "mudanza" de los traficantes...

Era sabido que la desaparición del poblado de Penamoa iba a poner patas arriba la lucha contra el tráfico de droga en la ciudad. Estaba cantado que borrar del mapa un lugar que concentraba el 95 % de la venta de heroína y que recibía a diario a casi un millar de toxicómanos no supondría, ni mucho menos, que los vendedores cerrasen el negocio y se buscasen el caldo en una empresa decente. No cambiaron de trabajo, solo se mudaron. Se desperdigaron por la comarca, eligiendo muchos de ellos las parroquias arteixanas de Meicende y Pastoriza.

Y eso, aparte de irritar a los vecinos de esas zonas, irrita también a los que acuden en bus a esos lugares. Y a quienes los conducen, que lo hacen con el alma en un puño por lo que pueda pasar a lo largo del trayecto. Hablamos de la línea 6, esa que empieza en Monte Alto, en la avenida de Hércules, y termina a las puertas de Meicende.

Cuentan los conductores que de unos meses para aquí el número de toxicómanos que utiliza esa línea, siendo cautos, «se triplicó». Afirman que cuando existía el poblado de Penamoa los consumidores acudían a pie o se repartían entre la línea 6, 6-A, 7, 12A y 14. Ahora, solo tienen una posibilidad, aparte del taxi. La que les brinda la línea 6.

Lo que ocurre en sus buses lo sufren los conductores y los usuarios. «No son cosas graves. Ni se producen robos en el bus. Lo que ocurren son altercados. Sobre todo entre ellos. Discuten y se amenazan. Muchas veces veo como pasajeros se bajan antes de su parada por miedo», cuenta uno de los profesionales. Cierto es, y así lo confirma, que la presencia de consumidores en el bus no les causa temor. «A nosotros no nos atracan. Llevamos muchos testigos y lo único que pueden llevarse son unas monedas», aclara otro conductor. Pero le revienta la intranquilidad que supone para los usuarios. En una ocasión «comenzaron a pelearse dos de ellos y empujaron a una señora mayor, haciéndola caer». Otro día uno comenzó a insultar a todos los que allí iban. Cuando no se pasean por todo el autocar pidiendo dinero a los pasajeros.

Hacer el recorrido en las líneas 6 y 6-A, a cualquier hora del día, demuestra lo que dicen. Los toxicómanos van subiendo al bus a medida que este circula por la avenida de Finisterre en dirección a Meicende o San José. La gran mayoría ocupa su lugar y hace el viaje sin abrir la boca. Pero el que la abre no para de hacerlo. «Cómo van a ir si suben con el mono», comenta un usuario, un joven que el mes pasado sufrió un atraco cuando esperaba el bus en la avenida de Finisterre, a la altura de la ronda de Nelle: «Lo conocía de haberlo visto varias veces. De pronto se acercó a mí y me dijo que le diera el dinero que llevaba, que si no lo hacía sacaría una navaja del bolsillo. Se lo di todo».

Pero la solución no pasa por prohibirles la entrada al bus ni aumentar la seguridad en las paradas. «Son enfermos. Ellos no tienen culpa de nada. Solo tienen que ir allí donde le venden la droga. El problema de verdad son los vendedores, los que ofrecen la droga con toda impunidad», denuncia un vecino de Meicende y usuario del bus. También él se dio cuenta de la proliferación de toxicómanos en la parroquia de un tiempo a esta parte.

Otro problema se vive en las casas en ruinas de San Jos
é, hoy ocupadas por ex vecinos de Penamoa. Sin aceras a un lado y otro de la carretera, es un milagro que no haya atropellos todos los días. «Los toxicómanos caminan por la vía dando tumbos, saliendo de esas casitas sin mirar. Todos los conductores de esta línea tuvimos algún susto con alguno de esos jóvenes», explica uno de ellos.

Mientras eso ocurre, hay quien en Meicende bautizó a la línea 6 como el "yonkibús".


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